Carlos Rivera Lugo | Publicado originalmente en Claridad
Confieso que más que lamentarme por Argentina, siento más bien una rabia por el desenlace de sus recientes elecciones presidenciales cuyos resultados ya se sospechaba que eran una posibilidad real. La victoria de Javier Milei fue el resultado de una estrategia que llevaba por lo menos un par de años. “No vimos lo que se venía porque no queríamos ver”, me admitió sinceramente en estos días una querida camarada y respetada intelectual marxista argentina, Beatriz Rajland, por aquello de que la verdad es siempre revolucionaria, aunque nos duela.
La llamada izquierda, rebautizada hoy desde su notorio posibilismo como progresista, se conformó con votar por un candidato del peronismo conservador o, si se prefiere, de una derecha moderada. El candidato de la Unión por la Patria, Sergio Massa, actual Ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández, también peronista, representaba más de lo mismo, en un país cuya economía y sociedad está chillando nuevamente con una deuda pública onerosa e impagable, así como una inflación galopante y una moneda que se vuelve a desplomar. Así las cosas, Massa era claramente parte del problema y no su solución. Parecía escucharse nuevamente el quejido de Mafalda: “¡Otra vez sopa! ¿Por qué? ¿Porqué?”
Estamos ante la más reciente versión de ese nuevo fantasma que recorre por el mundo, el progresismo posibilista, que abandonando la creencia en la necesidad y posibilidad de revolucionar lo existente más allá del capitalismo, le ha facilitado en este caso a la extrema derecha que ocupe el espacio del cambio, aunque sea para que nada cambie en el fondo. Pero en este caso, se puede decir que no hubo como tal un candidato de izquierda. El gran perdedor fue en realidad el peronismo y su derrota fue el resultado mayormente de sus propios desatinos y apuestas ideológicas a la continuidad capitalista. ¡Otra vez capitalismo! ¿Por qué? ¿Por qué!
La rebelión “libertaria” de Milei
Javier Milei, de La Libertad Avanza, ofreció “lo nuevo”, una rebelión “libertaria” contra lo existente que más bien se reduce a una vuelta al liberalismo y privatismo salvaje, es decir, la libertad del capital. Para éste el Estado de bienestar surgido bajo el peronismo y su “casta política” -que incluye a parte de la misma derecha antiperonista que finalmente cerró filas con él- constituye un modelo que está históricamente en decadencia y que debe ser objeto de un reajuste drástico. Acá entre nosotros, parecería que ese Estado sólo cuenta con la llamada izquierda para su defensa.
Dejémos a un lado el hecho de que la forma Estado es históricamente una de las formas sociales del capital cuyo propósito es garantizar su reproducción permanente. Se trata, además, de un modelo de gobernabilidad fracasado en que cunde cada vez más la corrupción, entre otras cosas. Ello ha llevado a que en Argentina se ha bautizado como “ñoquis” el sinnúmero de empleados gubernamentales, muchos de estos peronistas, que cobran sin trabajar. De ahí la simpatía que fue cobrando el llamado de Milei a realizar un reajuste drástico en el modelo de gobernabilidad, sobre todo en relación a lo económico. Por eso la notoriedad que cobró la imagen de un Milei cargando amenazantemente con una motosierra contra todo lo establecido. Su primer objetivo: destruir el progresismo kirchnerista. Por el momento ha reducido al silencio la más visible vocera de esta corriente peronista, la vicepresidenta Cristina Fernández, la viuda y heredera política de Néstor Kirchner. A ello ha contribuido la campaña agresiva de lawfare blandida en su contra por la derecha en tiempos recientes, acompañada por un atentado contra su vida. Todo ello la llevó a retirar su candidatura para las elecciones presidenciales.
Por una izquierda antisistémica
Ahora bien, esta nueva crisis al interior del peronismo tendría que verse como una oportunidad y un reto para que la izquierda verdadera, la antisistémica, se haga cargo de articular en lo inmediato un nuevo proyecto de país que vaya a la raíz estructural de los problemas que aquejan a su sociedad. Para ello tenemos que replantearnos qué vamos a entender por izquierda en estos tiempos, ya que últimamente se ha tendido a estirar el concepto hacia el centro e, incluso, para abarcar la defensa de lo establecido. Por tal razón urge que la izquierda se repiense más allá de la política electoral y la funesta idealización de la democracia liberal, la cual está hecha para facilitar la alternancia que busca reapuntalar siempre la dominación capitalista y no a superarla.
No nos llamemos a engaño: para eso el capital creó la democracia liberal, de la que tanto se habla pero que tan poco se comprende. Su horizonte es limitado o, peor, es un pantano que termina por cooptar nuestras luchas para que no lleguen a más. Este pasado septiembre se conmemoraron cincuenta años del fin violento de la vía chilena al socialismo, en la que se confirmó que la democracia burguesa es una forma política que finalmente no tolera la subversión del poder dominante, tanto el interno como el externo. En última instancia, ya había advertido Marx que el derecho del más fuerte es en última instancia también derecho bajo el horizonte limitado de la democracia capitalista.
Triste fue ver como la izquierda en Argentina, en medio de sus contradicciones y debilidades políticas, tuvo que achicar aún más en lo inmediato sus miras para apoyar a Massa como mal menor. La llamada “nueva izquierda” nunca logró constituirse en alternativa y una parte de ésta terminó por alinearse con el posibilismo progresista. El “marxismo académico” también tendió en la práctica a alistarse en éste. El Partido Comunista formó parte de la Unión por la Patria encabezada por Massa.
Ahora bien, una parte de dicha izquierda, el Frente de Izquierda Unidad, de orientación trotskista, se negó a llamar a votar por Massa. Le parecería, no sin razón, que la izquierda argentina no puede seguir reduciendo su destino a ser rabiza del peronismo o de la derecha moderada en busca meramente de una gobernanza menos mala apuntalada en lo existente, sin poner en entredicho su propia existencia y pertinencia como izquierda. Por ello insistió en que la única manera de enfrentar la amenaza representada por Milei es por medio del desarrollo de “una alternativa independiente de los trabajadores y las trabajadoras, una nueva fuerza política de izquierda, de la clase trabajadora, anticapitalista y socialista”. Ganara quien ganara finalmente, ese es el sentido que tiene que orientar la lucha, puntualizó.
La izquierda no puede existir sólo para plantearse gobernar sobre lo existente. Es decir, no se le puede seguir dando la espalda a la contradicción capital-trabajo y a la lucha de clases, para en cambio abrazar la ilusión de una conciliación en que la derecha y la extrema derecha no creen desde su perspectiva actual cada vez más violentamente adversativa. Sin embargo, uno de los integrantes del Frente de Izquierda Unidad, la Izquierda Socialista, llamó finalmente a votar por Massa “aunque sea con la nariz tapada para detener a la ultraderecha”.
“No estamos en los mejores momentos para la lucha”, me confesó también cándidamente mi amiga Beatriz Rajland, quien entiende que ante esa realidad lo que le queda a la izquierda es obstaculizar y movilizar contra la agenda de Milei, a la vez de que se reorganiza y une para las batallas por venir. Los trabajadores, puntualiza, andan en estos momentos sin cabeza política y organizativa que les permitan constituirse en fuerza alternativa con un proyecto revolucionario propio. Ese tiene que ser el horizonte inmediato de la izquierda.
Se dice que la militancia de la izquierda en general, en especial los y las jóvenes, está desencantada y temerosa del futuro inmediato bajo Milei. El movimiento obrero, organizado principalmente en la Central General de Trabajadores (CGT), de orientación peronista, también se encuentra a la expectativa aguardando por conocer los planes y políticas concretas de Milei en relación al trabajo. Inicialmente le han exhortado al diálogo y la concertación.
¿Qué se puede esperar de Milei?
Sin embargo, nada bueno augura la designación de Luis Caputo, exbanquero, expresidente del Banco Central y exministro de Finanzas de Mauricio Macri (2015-2019) responsable por el endeudamiento actual de Argentina por 100 años con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trata de un notorio miembro de la llamada casta política que Milei juró eliminar, quien además es objeto en estos momentos de dos causas judiciales por alegados actos de corrupción en relación al dinero del FMI. Caputo será el encargado del tenebroso programa de “shock”, incluyendo la dolarización del sistema monetario argentino, que ha anunciado el presidente-electo Milei que estará implantando. Asimismo, otra designación proveniente de la “casta” es la de Patricia Bullrich, quien fue Ministra de Seguridad bajo el gobierno de Macri. Con un amplio historial represivo, ella es la nueva Ministra de Seguridad. Ello augura un aumento en la represión de las movilizaciones y protestas populares contra las políticas de Milei. Ambos, Caputo y Bullrich, reflejan, además, la influencia significativa que parece que tendrá el movimiento político Juntos por el Cambio del expresidente Macri al interior del nuevo gobierno.
Se especula ahora sobre un Milei pragmático que poco a poco se acomoda también a lo posible o conveniente. A pesar de haber tildado de “corrupto” y “comunista” al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, inmediatmente después de su elección envió una emisaria, Diana Modino, la futura canciller suya, a Brasilia para limar asperezas e invitar a Lula a su toma de posesión. Asimismo, mientras por un lado reafirma su vínculo con Brasil y el Mercosur, por otro lado ya asegura que Argentina no se integrará finalmente a los BRICS, lo que seguramente habrá constituido un alivio para éstos. Milei está más a tono con el mundo unipolar regido por Washington que por el mundo multipolar que se va abriendo paso en contra de la hegemonía estadounidense. En ese contexto es que hay que ubicar la visita de dos días que realizó a Washington D.C. a partir del 28 de noviembre para asegurarle a un grupo de asesores del presidente Joseph Biden del “realineamiento” de Argentina con Estados Unidos. De ahí también su endoso total al gobierno sionista de Israel en su guerra genocida contra el pueblo palestino. Se informó que aunque simpatizante del expresidente Donald Trump, sostuvo en la capital estadounidense una reunión-almuerzo con el expresidente neoliberal Bill Clinton.
Por otra parte, dado el hecho de que su movimiento político es minoritario en el Congreso necesita del apoyo del resto de la derecha para dar paso a la aprobación de su agenda. En ese sentido, si bien Milei logró construir una mayoría electoral, ahora está por demostrarse si podrá construir el necesario consenso político para gobernar internamente y, a su vez, satisfacer externamente los rigores de unas relaciones internacionales que no siempre se dejan reducir a los prejuicios ideológicos.
Aprender de la historia
Ante ese cuadro, resulta apremiante aprender de lo acontecido, sobre todo de los desvaríos ideológicos del progresismo posibilista que lo ha facilitado. Me refiero a la confusión dentro de éste acerca de eso que llamamos la autonomía de la política con relación a lo económico y social. Para todos los fines prácticos, el progresismo ha caido más bien en la creencia de una independencia cuasitotal de la política de todo lo económico y social, invisibilizando así la lucha de clases a favor de una lucha estrictamente electoral. Si bien juzga imposible en estos tiempos la toma del poder por asalto, es decir, una lucha frontal, incluso con expresiones de lucha armada como en el pasado, no ha sabido sin embargo potenciar en la alternativa la guerra de trincheras en la economía y sociedad desde la cual construir un poder muy otro para avanzar más allá de la institucionalidad democrático-burguesa. En todo caso, se ha dejado cooptar y limitar por ésta.
A esto ha llevado el llamado posmarxismo, así como el liquidacionismo que prevaleció al interior del movimiento comunista y socialista internacional durante las últimas tres décadas del siglo pasado, incluyendo la desaparición de la URSS y el campo socialista europeo. A ello añadiría todas las propuestas teóricas alternativas que surgieron en esa coyuntura ante lo que se anunció prematuramente en su momento como la muerte de Marx y el marxismo, teorías críticas que se quedan cortas ante el reto de no sólo ayudar a entender mejor nuestra realidad sino de transformarla de raíz, como pidió Marx en su Undécima tesis. Ni hablar, en el caso de Argentina, del ninguneo que ha sufrido la izquierda a manos del peronismo.
Estamos hablando del desarme estratégico de la izquierda que aconteció en general en el mundo durante la última parte del Siglo XX. Ello explica el avance en su lugar de la derecha y sobre todo la extrema derecha, aún con expresiones de un autoritarismo o fascismo actualizado, aunque siempre como alternativa para salvar a como dé lugar al capitalismo de sus propias contradicciones. Lo peor es que ha contado incluso para su normalización de la validación jurídica y política de la llamada izquierda. Es esa izquierda venida a menos del “fin de la historia” pregonado por Francis Fukuyama, la que no ve otra posibilidad que el eterno retorno de lo mismo. Su nuevo horizonte pasó a ser el reformismo liberal. Dejó en suspenso el materialismo y la dialéctica marxista. Desde ese nihilismo se niega la posibilidad misma de lo nuevo, de lo revolucionario, de lo que representa un reto verdadero a la dominación del capital. Ideológica y políticamente terminó metiéndose en un callejón sin salida. De izquierda, no le queda ya ni un pelo.
La vida real de la izquierda está en otra parte. Y no está ajena a la dialéctica materialista. La lucha de clases sigue siendo su motor y el socialismo su objetivo inmediato para la construcción de una nueva sociedad. ¿Otra vez la lucha de clases? ¿Otra vez el socialismo? ¿Por qué? ¿Por qué? Porque ese es el movimiento real de la historia. Lo demás es wishful thinking.