Argentina: “Mientras la izquierda se conforme con representar esencialmente más de lo mismo, la ultraderecha ocupará el espacio del cambio”

Les confieso que más que tristeza siento mucha rabia por este desenlace que, como bien se ha advertido, ya se sospechaba que era una posibilidad real. Mientras la izquierda -rebautizada hoy desde su notorio posibilismo como progresista- se conforme con representar esencialmente más de lo mismo, abandonando la creencia en la necesidad y posibilidad de revolucionar lo existente, la ultraderecha ocupará, como en este caso, el espacio del cambio. Milei ofreció “lo nuevo”, una rebelión contra lo existente que más bien se reduce a una vuelta al liberalismo y privatismo salvaje, aunque en realidad tan sólo sea para que nada cambie en el fondo. En todo caso todo empeorará.

¡Ojalá la izquierda argentina, la real, la que quiere ir a la raíz estructural de los problemas que aquejan a su sociedad, despierte de este golpe y se reorganice! Ya hemos hablado sobre esto: la izquierda se tiene que repensar más allá de la política electoral y la idealización de una democracia liberal que está hecha para facilitar este tipo de alternancia que busca reapuntalar la dominación. No nos llamemos a engaño: para eso el capital creó la democracia liberal, de la que tanto se habla pero que tan poco se comprende. Su horizonte es limitado o, peor, es un pantano que termina por cooptar nuestras luchas para que no lleguen a más. Triste era ver cómo la izquierda argentina tuvo que achicar en lo inmediato sus miras para apoyar un candidato, el peronista conservador Sergio Massa, que prometía seguir por el mismo camino atribulado que llevó al actual presidente Alberto Fernández al fracaso.

Prevalece un maldito fetichismo de la democracia liberal y su forma jurídica, el llamado Estado de derecho, y se olvida que bajo éstas se persigue y encarcela arbitrariamente a los que se confunden con sus cantos de sirena. Es la misma democracia y el mismo Estado de derecho bajo la cual se criminalizó a Cristina Fernández, anulándola como opción electoral. Algo parecido pasó en Brasil cuando criminalizaron arbitrariamente a Lula para facilitar la elección de Bolsonaro.

Eso que se llama hoy izquierda le ha dado la espalda a la contradicción capital-trabajo y a la lucha de clases para abrazar la ilusión de la conciliación. La contradicción ha sido reducida a mera diferencia y el enemigo redefinido como mera oposición.

Se confunde la llamada autonomía de la política estatal con la independencia de ésta de lo económico y social. Juzga imposible en estos tiempos la toma del poder por asalto, pero no ha sabido potenciar en la alternativa la guerra de trincheras en la economía y sociedad desde la cual construir un poder muy otro para avanzar más allá de la institucionalidad democrático-burguesa. Hablo de la guerra de posición planteada por Gramsci. ¡He allí el horror! A esto ha llevado el posmarxismo de Laclau y Mouffe, así como el liquidacionismo eurocomunista, y todas las trasnochadas propuestas teóricas alternativas ante la alegada muerte de Marx y el marxismo. Y ello ha desarmado estratégicamente a la izquierda en general. Es la izquierda del “fin de la historia”, la que no ve otra posibilidad que el eterno retorno de lo mismo, que no es sino el nuevo horizonte de su práctica reformista. Es el nuevo nihilismo que niega la posibilidad misma de lo nuevo, lo realmente nuevo. Ideológica y políticamente se ha metido en un callejón sin salida.

Mientras tanto, la derecha y la ultraderecha, neoliberal o fascista, da igual, monta sus fiestas por doquier, con realismo clasista y voluntad de poder. No le importa la hegemonía sino que la dominación, y menos le interesa la democracia ingenua y defensiva de la izquierda progre pues sabe que al fin y a la postre la misma carga siempre en su seno con la dictadura del capital.

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